Cs. Lewis dijo que “Las dificultades preparan a personas comunes para destinos extraordinarios”, Ralph Waldo Emerson que “Los malos tiempos tienen un valor científico, pues son ocasiones que un buen alumno no se perdería”, Albert Einstein que “En medio de toda dificultad, reside la oportunidad” y Nelson Mandela que “Un ganador es un soñador que nunca se rinde”.
Y yo, aquí y ahora, mientras pienso cómo dar forma a este increíble aprendizaje que me regala la vida, no sé cuál de ellas elegir para iniciar la historia de nuestro protagonista de esta semana…
Sergio Mesa, 40 años, casado y padre de dos niños de 6 y 8 años, natural del Puerto de Santa María, y residente en Jerez de la Frontera es sin duda, una persona con una historia digna de ser contada.
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Un hombre saludable, corredor y deportista, y con muchas ganas de conquistar metas, vivió un giro inesperado y tuvo que enfrentarse al desafío más importante de su vida: el de sobrevivir ante una situación desconcertante para la que tuvo que creer firmemente que a pesar de todo, habría luz al final del túnel.
Todo empezó el 31 de enero de 2.013, y fueron aproximadamente 365 días los que tardó en completar todos y cada uno de los kilómetros del ultra maratón que le ha otorgado el mayor podio, la mayor medalla, el mayor premio de la vida: la capacidad de disfrutar todos y cada uno de sus días como si fueran el último.
Él mismo, al narrar su historia, la divide en tres etapas: el inicio de la pesadilla, y la convivencia con la consecuencia de ella, y la reconstrucción de los hechos. Yo personalmente, le añadiría una cuarta: el renacimiento del ser humano pleno y consciente que es a día de hoy.
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El inicio de la pesadilla, a finales de enero de 2013, comenzó en las urgencias del hospital de Jerez de la Frontera, donde Sergio acudió con un fuerte dolor abdominal y vómitos, y donde tras varios días de exploración y dudas, fue operado de apendicitis. Todo pareció salir bien, el apéndice estaba un poco necrosada pero no perforada. 3 días después, decidieron darle el alta médica, pero tuvo que volver de nuevo al hospital ya que la fiebre no desaparecía.
Tras un TAC, visualizaron un acceso de pus bastante importante y decidieron operar de nuevo. Después de esto, la fiebre era constante, y ante tanta incertidumbre empezó una sucesión de pruebas de todos los órganos importantes, pues los médicos llegaron a decirle claramente “Sergio, no sabemos qué es lo que tienes”. La situación era tan extraña que se planteaban darle el alta sin diagnóstico alguno.
Ante esta situación atípica, nuestro protagonista se sintió bastante solo y vulnerable, pues había días que estando en el hospital nadie pasaba a verlo. Estaba allí por el “por si acaso”, pero nadie entendía el porqué de esa fiebre.
Los días pasaron y los cirujanos decidieron operarlo de nuevo, pero después de hablar con los anestesistas, concluyeron que debían hacerlo en un hospital donde hubiera una UCI, motivo por el cual, fue trasladado al hospital del Puerto de Santa María.
Una vez allí, el cirujano que se iba a encargar de la operación le dijo a nuestro protagonista:»Sergio, he estado hablando con los cirujanos de Jerez y viendo los informes médicos que me han mandado he decidido abrirte y a ver qué pasa».
Fue en la misma UCI donde lo prepararon para el quirófano. Sin anestesia decidieron ponerle un catéter y trasladarlo rápidamente. Sergio veía a los médicos y enfermeros alborotados y escuchaba “Rápido, prepararlo, tiene que estar en el quirófano ya”. Una vez allí y antes de estar anestesiado era plenamente consciente de cómo empezaban a ponerle más y más aparatos. Imaginad en una situación tan surrealista, lo insignificante que pudo llegar a sentirse.
Pero no quedó ahí, en la mitad de la operación se despertó, y escuchó todo lo que decían los médicos y el resto de personal sanitario que allí estaba: «Rápido que se nos va», «Hay que ver el marrón que nos han mandado de Jerez», «Hay que ver los familiares, los pobres…» «¡Cuidado que se nos despierta!»…
Aquí Sergio conoció el auténtico significado de la impotencia, el querer gritar y no poder, el querer moverse y no poder. Calcula que pudieron pasar unos dos minutos hasta que volvió a perder la consciencia.
Tras varias horas de intervención, en la cual le lavaron casi tripa por tripa, pudieron comprobar que tenía perforado el colon, por lo que tuvieron que cortarle un trozo y realizarle una colostomía.
Una colostomía permite el funcionamiento normal de los intestinos, pero haciendo que el punto de salida de las heces quede conectada a una bolsa adherida al abdomen donde se desechan. Comúnmente lo denominan “vivir con la bolsa”.
Un día después de la operación, Sergio despertó en la UCI, entubado, lleno de aparatos, drenajes, sondado, vendado de cintura para abajo y con la noticia de que esa bolsa adherida a su abdomen iba a ser su nueva compañera de vida.
Esa noticia fue un jarro de agua helada, pues a pesar de que le decían que sería algo temporal, nuestro protagonista pensaba que solo le decían eso para que no se viniera abajo.
En principio, eran 5 días los que debía estar en la UCI, pero solo 2 fueron suficientes para que lo pasaran a planta.
Los días pasaron, su mejoría fue rápida, fue levantándose poco a poco de la cama y el 15 de marzo, por fin recibió el alta hospitalaria.
Aquí iniciamos la segunda etapa, la convivencia con una colostomía. Situación nueva, cambios importantes en su modo de vida, y con los que irremediablemente tuvo que familiarizarse para poder seguir adelante, y así, los días siguieron pasando.
Llegó la Semana Santa, fecha importante y señalada para Sergio, ya que le encanta custodiar los pasos y es una función que venía desarrollando desde años atrás. En un principio pensó que tendría que renunciar a ello, pero tras armarse de valor, y constancia, consiguió con mucho esfuerzo realizar las funciones que tenía previstas. No fue fácil, pero fue realmente satisfactorio y comprobó que, podía seguir haciendo una vida no tan diferente a lo que venía siendo antes. La confianza llamaba a la puerta, y él, la abrió con la mejor de sus sonrisas.
Dos meses después de salir del hospital, empezó a correr. Poco a poco. El primer día no era capaz de completar ni 100 metros, pero nunca dejó de intentarlo. Sergio sabe que la constancia es la clave del éxito.
Dos meses después de salir del hospital, empezó a correr. Poco a poco. El primer día no era capaz de completar ni 100 metros, pero nunca dejó de intentarlo. Sergio sabe que la constancia es la clave del éxito.
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El día 1 de junio, corrió una carrera de 7,5 km en San Fernando con la intención de terminarla y dedicársela a su mujer, con una camiseta en la que ilustraba el agradecimiento que sentía y siente por acompañarlo en todo lo sucedido.
Fotos de su primera carrera colostomizado
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Pasaron los días, los meses y tuvieron lugar más carreras y más objetivos cumplidos, llegando a completar 900 km recorridos a pesar de estar colostomizado. Pudo hacer series de velocidad, tiradas largas en la sierra… y llegó a conseguir correr a 4 min/km en estas condiciones.
Correr era su terapia, le apartaba de los malos pensamientos, le hacía sentir vivo, soñar, y pensar que todo es posible si uno lucha por ello.
La tercera etapa, o reconstrucción de su intestino, iba a manifestarse a través de una operación. Sergio lo sabía, por un lado, quería que tuviera lugar, cerrar el proceso, vivir sin su bolsa, y comenzar de nuevo. Por otro, al sentirse cada vez mejor, sentía pereza por volver a un quirófano, a exponerse de nuevo a riesgos, a vivir de nuevo en un hospital…
Pero llegó el día, fue el 24 de noviembre a las 11:30 h, y allí, en esa nueva línea de salida, tras las palabras del anestesista “Sergio piensa en algo bonito”, cerró los ojos pensando en sus hijos y se durmió.
En esta intervención le reconstruyeron el tránsito intestinal, le quitaron la bolsa, y de paso la vesícula y una piedra que contenía en el interior de ella. Tras cuatro horas, despertó con mucho dolor, el cual solo pudo soportar con una gran cantidad de calmantes.
Los días fueron pasando, le quitaron las sondas gástricas, los goteros, las sondas de orina, las 33 grapas y los 7 puntos de otra herida, y, tras 5 días sin poder comer ni beber nada, fue incluyendo una dieta blanda la cual empezó a tolerar sin problemas.
Todo parecía ir bien, hasta que justo antes de recibir el alta hospitalaria, un fallo en el tránsito intestinal y sangrado, hizo poner en alerta de nuevo a todo el equipo de cirujanos. Este proceso se prolongó 15 días más, pero finalmente todo salió bien.
Al salir del hospital, tras esta tercera etapa, cerró los ojos y escuchó entre aplausos cómo el “speaker” le daba la bienvenida y la enhorabuena la meta, esa que constituía el fin de esta carrera de casi 365 días luchando contra el viento.
Al finalizarla, agradeció el trabajo de cada uno de los médicos y personal sanitario que le habían salvado la vida, se agradeció a sí mismo su pasión, su visión, su enfoque, su perseverancia y su entusiasmo por vivir, pero solo pensaba en abrazar a su mujer Cristina, a sus hijos, a sus familiares y a sus amigos, pues ellos han sido el avituallamiento preciso y necesario, y nada tendría el mismo valor si no pudiera compartirse con aquellas personas importantes en la vida de uno.
Hoy es un hombre que sigue quemando zapatilla, con el corazón y la sonrisa del que decide plenamente vivir las segundas oportunidades que nos ofrece la vida. Es capaz de correr grandes distancias, a grandes ritmos y disfruta de un buen estado de forma.
Nada le hace más feliz que compartir y ayudar al mundo con su historia y movido por ello creó una página en la red social Facebook que se llama “historias de superación” donde cede el espacio a personas anónimas que han vivido situaciones tan desafiantes como la suya, y han salido victoriosos.
Desde corricolari es CORRER queremos agradecerle enormemente su generosidad, su labor y le deseamos de corazón que nunca le falten ganas de sonreír.
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