Existen teorías que dicen que cada uno de nosotros hemos venido a este mundo para mejorar la sociedad creando algo, formando parte de algo mayor, o bien demostrando o enseñando lo que quiera que tenga que ser a través de nuestra historia.
Digamos que ese “lo que nos ha tocado vivir” constituye un legado susceptible de convertirse en unas “instrucciones de uso” que cualquiera puede aplicar para conseguir aquello que todos anhelamos: la felicidad.
Quizás, ese “don” puede ser algo que jamás lleguemos a descubrir, o algo que para nosotros sea tan irrelevante o sencillo que lo regalemos al mundo con la misma naturalidad y necesidad con la cual respiramos.
Es probable que muchas personas nunca lleguen a plantearse nada de esto, y otras, reflexionen y mediten sobre qué somos, dónde vamos y cómo podemos ser más felices en el sofá de su casa, en el Tíbet, o en la Casa de Campo a golpe de zapatilla.
Luis Lozano pertenece al tercer grupo. Si pudiéramos observar el interior de nuestro cuerpo, y ver qué imágenes lo constituyen y lo sustentan, es bastante probable que Luis junto a sus órganos vitales albergue ramas, tierra, luz y piedras de su imprescindible pulmón madrileño.
No solo se ha dedicado a sumar kilómetros en solitario y acompañado, sino también ha sido el gran motor de las Tapias de la Casa de Campo. Son muchos los corredores que podrían hablar de él, de todos los entrenamientos que ha planificado y ha dirigido con precisión y con pasión, y también son muchos los atletas a los cuales ha entrenado de manera individual o colectiva. Son muchos años los dedicados al atletismo.
A día de hoy, con sus recién cumplidos 59 años, sigue siendo capaz de hacer medias maratones por debajo de 1:30 h y algún que otro 10 Km por debajo de 40 minutos. Su pasión y sus ganas siguen intactas, y afronta con ilusión retos que le permiten estar entrenando actualmente entre 90 y 100 km semanales a ritmos como él mismo denomina: “majetes”.
Todo esto tiene un gran mérito, pues hay que ser muy constante y estar muy enfocado para mantener un nivel semejante a pesar de ir sumando años y circunstancias.
Lo que no todo el mundo sabe es, lo que Luis ha superado, y quizás es eso, lo que le hace realmente valorar la grandeza de poder vivir haciendo lo que a uno le gusta por y a pesar de todo.
Hace trece años, en enero de 2006 el bulto de la parte trasera de su rodilla empezó a crecer de una manera preocupante. Ese bulto ya llevaba ahí unos dos años, pero al no doler ni molestar, tampoco le dio demasiada importancia.
Tras una visita al médico de cabecera, le dijeron que podría ser un quiste de Baker (Acumulación benigna de líquido en la articulación) que no suele dar problemas, pero, al crecer y crecer, una resonancia reveló la posibilidad de que estuviéramos hablando de un sarcoma.
Los sarcomas de tejidos blandos son un tipo de tumor maligno que puede desarrollarse en el tejido graso, en los músculos, los nervios, las articulaciones, los vasos sanguíneos o los tejidos superficiales del organismo. Su incidencia es relativamente baja: apenas representa un 1% de todos los cánceres.
Este fue el diagnóstico. Esta era la situación, ese era su nuevo compañero de kilómetros…
De repente todo cambió. el planning de entrenamiento era otro.
Las series cortas, las cuestas y las tiradas largas fueron sustituidas por la cirugía, radioterapia y quimioterapia que alternó con rodajes suaves por la Casa de Campo. Porque si, por increíble que parezca, Luis nunca dejó de correr.
Hombre capaz de extraer lo positivo en la adversidad, siempre fue muy agradecido con su situación pues afortunadamente todas sus células malignas estaban encapsuladas y no tenía metástasis a pesar de llevar dos años con ese extraño compañero. Dio las gracias por ello, siguió sumando kilómetros y aprendizaje en la vida.
Antes de entrar al quirófano, tenía la certeza de que todo iría bien, pero advirtió al cirujano de que “se esmerase” en la operación, pues tenía que seguir haciendo deporte después, por él y por los cinco chavales a los cuales estaba entrenando.
La respuesta del médico fue fulminante “Espera que puedas seguir haciendo vida normal”, y es que la cosa no pintaba nada bien porque parecía que un nervio estaba afectado.
Gracias a Dios, como él dice no fue así.
Fueron muchos los entrenamientos de la Tapia de Verano que después de todo esto siguió dirigiendo, con la venda en la rodilla, con la ilusión de un niño y con una convicción enorme, en el mayor acto de fe de su vida: todo iba a salir bien.
Para Luis, la vida es un préstamo que nos dan, el sufrimiento una capacidad que se entrena, se aprende y se asimila y el optimismo y el decidir ver belleza en las pequeñas cosas la mejor decisión diaria.
Puede ser que esa venda con la que Luís cubría su sarcoma sea aquella que en ocasiones nos impide ver lo realmente importante. Pues quizás, el auténtico reto de la vida no es admirar la grandeza de lo nuevo, sino aprender a mirar con nuevos ojos lo cotidiano.