Suena el despertador para recordarte que es la hora a la que abrirías los ojos cualquier día menos hoy, pues llevas un rato despiert@, con la mente divagando, pero dándole al cuerpo un descanso consciente que normalmente nunca haces.
Tumbad@ en tu cama, con sensación de pesadez de piernas pero con la misma ilusión con la cual fuiste a clase tu primer día de curso, visualizas difusamente tu entrada a meta con la misma prudencia del que teme, aún sabiendo que lo harás a pesar del miedo.
Puede incluso que llegues a pensar “quién me manda a mí”, “no tengo ninguna necesidad”, pero la realidad es que sí, la tienes, y por eso estás ahí, siendo domingo por la mañana, madrugando más que un lunes y habiendo renunciado a cualquier plan de ocio incompatible del día anterior.
Verás sus fotos en redes sociales, y después las tuyas, y te darás cuenta de que últimamente, tus mejores planes contienen cerveza pero solo para recuperar las sales después de una carrera y por supuesto, a plena luz del sol. Las noches son para descansar.
Tu estómago es una mariposa que aletea y esperas que te ayude a llegar a la línea de meta con los deberes hechos.
Miras al techo y sonríes, y ahí vienen pensamientos que te impulsan o te limitan según consideres que has hecho el trabajo previo. Nadie mejor que tú sabe someterte a juicio, valorar tu trabajo, valorar tu esfuerzo y sacar conclusiones al respecto (aunque no lo digas en voz alta).
A tu mente vienen frases, como la de “Las medallas se ganan entrenando, el día de la prueba un@ va a recogerlas” enlazadas con reflexiones y comentarios de todos aquellos amigos y compañeros con los cuales has recorrido el camino previo que justo hoy te conduce a esa línea de salida.
A algunos esperas ganarles y a otros les deseas un gran día.
Los verás o no, siempre habrá foto previa, lo que no es seguro es si saldrás en ella o estarás haciendo cola en un baño móvil, oliendo nervios de otros entremezclados con réflex y aderezados con molestias, batallas y anécdotas.
De repente ya es casi la hora de la carrera y no sabes muy bien que has hecho, pero si lo que no: calentar como debías.
Confías en que no es importante, avanzas hacia la línea de salida y miras a los de al lado siguiendo la siguiente secuencia: zapatillas, medias de compresión (ahí está la cuestión), dorsal en pecho o con cinturón, mallas o pantalón, reloj gps, camiseta de club o camiseta de la carrera y por último gorra, buff y/o gafas o sin nada. Según proceda.
La cuenta atrás empieza, y de repente, ya estás corriendo, saliendo más rápido de lo que debías, pues la emoción que se vive en el ambiente te da alas. Si aquí no controlas, sabes que lo pagarás.
Quizás nos gusta tanto esto porque correr y competir supone no mirar hacia atrás salvo para comprobar que avanzas más rápido que cualquier otro elemento que interviene en ese momento, llueva, haga viento, o no tengas tu mejor día.
Van pasando los minutos, y vas avanzando en esos primeros kilómetros que componen la prueba. Tú, te concentras en respirar, en mirar ligeramente el suelo, en sentirte incómodamente cómod@ y en aguantar sabiendo que todo ese esfuerzo merecerá la alegría. Sabes que así es, pues ya lo has vivido antes, o te lo han contado.
Solo tú sabes tú objetivo, y de ti depende pues sabes que la distancia no hará otra cosa que ponerte ese día y a esa hora en tu lugar.
De repente, empiezas a comprender y valorar el trabajo, el esfuerzo y la dedicación de todos los que te rodean, y quizás por primera vez en tu vida no te sientas ni tan distinto ni tan distante a ellos.
Quieres ganarles, no por ellos, pues son actores secundarios en tu película, es por ti, es para demostrarte que eres capaz y porque necesitas comprobar que el esfuerzo tiene recompensas.
Las piernas van pesando, hace viento o llueve, y mucho calor, o el recorrido no es llano, o hay un giro pronunciado, o simplemente el perfil altimétrico de tu mente no es tan real como pensabas.
Las circunstancias nunca son las perfectas te repites, y tiendes a comparar sensaciones con otra carrera que crees que es parecida, pero la realidad es que ese escenario es único e irrepetible.
Miras a tu al rededor y te parece increíble a la vez que apasionante ver a tanta gente luchar por un mismo objetivo, y si eres lo suficientemente honest@ llegarás a la conclusión de que todos y todas están luchando contra esas mismas circunstancias externas.
Si lo de fuera es igual, la diferencia lo marca tu interior, el mismo que ahora te impulsa a pensar todo esto y que te ayudó a ser fiel a ese planning de entrenamiento que en la primera lectura parecía una utopía.
Los kilómetros siguen pasando y de repente tu atención se enfoca en alguien. El motivo puede ser diverso, pero te concentras en su zancada e inevitablemente juzgas y te comparas y en ese instante decides si te acercas, te unes, será tu referencia o pasará a analizar tu espalda.
Sigues avanzando, respirando, y escuchas algún grito de ánimo, chocas la mano a algún niño y vislumbras a un voluntario con agua que siempre te advierte que hay más después.
Empieza la fiesta de esquivar tapones, pisar charcos o asistir a un nefasto concurso de triples a contenedor.
Acercas a tu boca la botella, pegas un sorbo pequeño pues temes el flato, te tiras más agua encima de la que bebes, el plástico golpea tu dentadura y lanzas la botella al infinito o se la ofreces al de al lado que quizás nunca más en otro momento de su vida encontraría tanto valor a tus babas.
Sigues avanzando y miras el reloj, valorando si lo que marca es cierto. Escuchas como pita el del cercano y no el tuyo e intentas ver si la organización ha marcado el kilometraje donde tú deseas que esté, que ese en ese preciso lugar en el que tu te encontrabas cuando pitó.
Si tienes fuerzas, te vienes arriba y aprietas, porque si, no nos engañemos, es maravilloso llegar pero más aún es hacerlo antes.
De repente te das cuenta que ha pasado el ecuador de tu prueba, y nunca marca el reloj lo que esperabas sea para bien o para mal, (siempre y cuando ese día hayas decidido mirarlo).
Suspiras y sigues. No hay otra opción.
De repente viene a tu mente el pensamiento cómodo de bajar el ritmo, y crees que decides ahí pero no, en la mayoría de los casos ya antes de colocarnos el dorsal sabemos si elegiremos confort o “sufrifrutar”.
Si todo va bien y no hay ningún imprevisto, te limitarás a ejecutar la pista que grabaste en tus piernas, pues tu cuerpo y su memoria siguen a tus pensamientos.
Lo realmente determinante aquí, más que todos los agentes externos es lo que tu crees, lo que tu te has repetido, digamos que has llegado a un acuerdo previo contigo mism@
Si te resistes a rendirte, vendrán a tus pensamientos las personas más importantes de tu vida que estén en este o en otro plano y pensarás en ellos al dedicarles tu esfuerzo.
De repente darles una buena noticia sobre esta locura de madrugar y sudar es gasolina suficiente para no decaer en el intento o, simplemente entretenerte para no sentenciar el determinante punto de inflexión del «no puedo».
Avanzas pensando en cómo admiras o envidias al que tienes delante pues corre más rápido que tú, y de repente, empiezas a escuchar más cerca al speaker. Eso significa que por fin acaba esto.
Últimos metros, das lo que te queda, llegas como llegas, pero llegaste, no sin antes parar el crono, ese que nunca funciona como el reloj de meta, pues nunca hasta ahora habías sentido que los segundos fueran tan lentos, o tan rápidos, o que esos segundos te pertenecieran tanto.
Si esta es tu primera carrera o es una nueva distancia para ti, sientes que tienes superpoderes, e incluso alguna lágrima moje tu mejilla, pues es indescriptible la satisfacción que uno siente al demostrarte a sí mismo que es capaz de ejecutar algo que antes no hacía.
Esta sensación es tan determinante que puede hacer que hoy sea el primer día del resto de tu vida. Estas emociones con tanto impacto dejan huellas en el cuerpo que fluirán cuando menos lo esperes, pero que sin duda serán el cordón de las zapatillas de tu existencia, esas zapatillas a las que ya nunca más les cuestionarás el precio, simplemente serán las adecuadas, las necesarias y las que te hagan sentir mejor.
Te frenas y te obligan a avanzar, miras atrás y ves como otros llegan, esos irán realizando sus ejercicios internos, e incluso llegues a fantasear imaginando qué pueden estar pensando.
Ese es el instante en el que ya sabes si habrá más metas o, directamente tomarás la salida, esa que irremediablemente te llevará a desear ser coherente y honest@ contigo independientemente de lo que digas. Esa que te marcará para siempre.
Dicen que el deporte no construye tu carácter, solo lo revela…
Hay que tener mucha pasión para invertir tantos momentos por un solo instante.
Hay que sentir mucho amor por lo que haces para no decaer en el intento.
Hay que tener mucho enfoque para resistir cualquier adversidad.
Un gran atleta y amigo me dijo: “Correr no te hace mejor persona, simplemente te ayuda a conocerte mejor”
Y yo me pregunto:
¿Existe algo más necesario en la vida que precisamente esto?